Pragmática y análisis del texto

Nos preguntamos  cómo interviene  la pragmática en el proceso de comprensión de un texto. Para dar una respuesta adecuada debemos reflexionar sobre las nociones de “texto” y de “proceso comunicativo”.

Hay que decir que  un proceso comunicativo tiene como objetivo reducir la distancia. En un  determinado relato, toda persona conoce tanto la experiencia de una intensa participación racional y emotiva, como la experiencia de una toma de distancia más o menos radical de un  horizonte que no se comparte; en cualquier caso, la auténtica lectura de un texto es intrigante. Cuando el  mundo que quiero comprender se asemeja al mío, la comprensión es inmediata; mientras que si ese mundo está distante, el texto que me lo describe tiene que ser analizado y clarificado a través del análisis de las presuposiciones y de su sentido oculto. Especialmente en este segundo caso, la comunicación es un proceso laborioso, ya que implica reducir la  distancia y crear la afinidad.

El problema surge particularmente en relación con los textos antiguos. En cualquier caso,  el modo de adentrarse en un proceso comunicativo que reduzca la distancia y permita al lector penetrar en el horizonte del otro, es el problema de toda auténtica lectura.

 

Las propiedades de un texto

Un texto (del latín = texere= tejer) es un “tejido”1como lo define Klaus Berger es “ein Netz von Beziehungen”, es decir, una red de relaciones orientada a la comunicación. Si bien nosotros nos ocuparemos esencialmente del texto escrito, hay que decir que el concepto de texto, incluye también el de texto oral y, desde un punto de vista semiótico, podría ser llamado “texto” cualquier comunicación de signos: una obra de teatro, un ballet, una película, una imagen etc.

En la definición de texto, se incluyen por tanto, dos elementos:

  1. El texto es una unidad lingüística estructurada y armónica (tejido).
  2. El texto es una unidad lingüística con miras a  la comunicación.

El hecho de que sea una unidad estructurada y armónica significa que el texto no sólo tiene una determinada extensión, sino también cohesión y coherencia. La extensión no importa cuál sea, puede extenderse desde una simple frase hasta una completa obra literaria2.Lo importante es que tenga un significado y una organización interna, tanto en lo relativo a la cohesión sintáctica como a la coherencia semántica. Estas características resultan de una serie de elementos que, sin duda, son de carácter formal - por ejemplo, partículas, adverbios, conjunciones, etc.- y también de carácter semántico y/o pragmático. El texto es, por lo tanto, un macrosigno con el cual entran en relación otros signos lingüísticos, como  morfemas, sintagmas y enventualmente frases.

 

El hecho de que el texto sea una unidad que tiene como fin la comunicación3significa que el texto, en la mente del emisor, corresponde a una determinada intención comunicativa, y forma parte de una estrategia comunicativa. En resumen, el emitente  reconoce en el texto tanto la función de comunicar un mensaje, como las características de unidad y globalidad propias de toda mensaje, e igualmente los requisitos necesarios para que el mensaje sea realmente efectivo y obtenga el fin propuesto.

 

Texto oral, texto escrito y proceso comunicativo

 

“[El Hablar y el escribir] son dos formas del lenguaje; el mismo sistema lingüístico subyace en ambas, pero disfrutan de diferentes características del sistema, y adquieren su poder de diferentes formas”4. Esta descripción pone en evidencia que tanto lo escrito como lo hablado ha de ser considerado como dos variantes funcionales de un único lenguaje y que cada sistema tiene su especificidad y responde a diversas exigencias.

 

Tratemos de hacer una confrontación entre el sistema oral y escrito con el fin de comprender mejor el proceso de comunicación entre el autor de un texto escrito y el lector.

a. a. El medio. El texto oral es un texto vivo, fragmentado, con enunciados generalmente breves y sujetos a continuos ajustes de la formulación, explicitación, aclaración, repeticiones etc. El texto escrito, por el contrario, aparece estratificado, es permanente, conciso, y al mismo tiempo está dotado de una mayor complejidad lexical y sintáctica.

b. El contexto. Un texto oral presenta características contingentes, que lo asocian a un determinado interlocutor (o grupo) y a un contexto espacio-temporal específico. El texto escrito, por el contrario, puede prever lectores y contextos situacionales distintos del “aquí y ahora”; puede tener que ver con una cierta “distancia comunicativa” de diverso orden: situacional, cultural, etc.

c. La Función. En cuanto a la función, un texto oral y un texto escrito pueden proponerse los mismos objetivos. Textos narrativos o descriptivos o argumentativos, o regulativos pueden perseguir los mismos fines tanto en un contexto oral como escrito.

 

A partir de estas breves observaciones, se puede concluir naturalmente que un texto escrito - en el que la historia ha cristalizado en formas fijas de expresión - presenta más dificultades de interpretación que un texto oral. En una comunicación verbal de tipo oral, el tono de la voz, las expresiones faciales, la gesticulación... son indicios que ayudan considerablemente a comprender mucho más las funciones de un determinado texto, mientras que, en un texto escrito, el proceso se presenta más articulado y sin duda más elaborado. ¿Cuáles son, entonces, los elementos que deben tenerse en cuenta para entrar en sintonía comunicativa con el autor de un determinado texto?

 

Hablando de los elementos que constituyen la comunicación, hemos mencionado el “código”, que se define como un sistema de signos por los cuales se transmite el mensaje. Algunos lingüistas utilizan la distinción entre “código” y “mensaje” de la misma manera como de Saussure utilizó la distinción entre lengua y habla, dando al primer término el significado de sistema lingüístico abstracto5y al segundo, el aspecto concreto y creativo de la lengua6. Hacia la mitad del siglo XX el “código” entra a formar parte del vocabulario de la lingüística. Hay códigos elementales, como por ejemplo un semáforo en rojo y códigos complejos, como el sistema de signos de una lengua. De todos modos, el código contiene una determinada “estrategia comunicativa”. La habilidad de quien habla y/o de quien escribe radica en la creación de un sistema de signos que, no sólo atraiga la  atención del oyente/lector, sino también su asentimiento.
Por parte de quien escucha o lee, en cambio, hay que tener en cuenta todos los elementos que pertenecen a la estrategia de la comunicación, elementos "funcionales" del lenguaje que constituyen verdaderas y auténticas "señales" lingüísticas (linguistic markers). De todas maneras,  comprender el código / sistema de signos que transmite el significado, constituye el “sine qua non” de la comunicación. De ahí, la importancia de la estrategia en un proceso de comunicación y la importancia de comprender la función de los diferentes signos del sistema lingüístico utilizado.

 

En una comunicación de tipo pragmático, a este sistema de signos pertenecen todas aquellas “expresiones (caracteres) indexicales”7 que el emisor utiliza para involucrar al receptor. Cada autor dispone de muchas expresiones. En una comunicación “vis-à-vis”, estos indicadores son perceptibles de manera más inmediata. Muchos estudiosos se han centrado, por ejemplo, en la comunicación de las emociones, resaltando que este componente fundamental del ser humano no sólo acompaña al hombre a lo largo de su vida, sino que también lo caracteriza ante los demás con expresiones típicas8. El interés, la sorpresa, la alegría, la ira, el miedo ... tienen un repertorio de manifestaciones que  no pueden ser pasadas por alto. Frijda incluso ha señalado que “el repertorio de las respuestas emocionales contiene un conjunto de modalidades de respuesta que son  [....] innatas en la especie”9.

 

En una comunicación textual escrita, “los caracteres indexicales” a los que hay que  referirse siguen siendo esencialmente las categorías clásicas: gramaticales, sintácticas, narrativas, de género literario, de tipo retórico y estilístico... consideradas, sin embargo, en clave comunicativa10. Un autor que inicia su relato con “Érase una vez”, dispone al lector a tomar la actitud de un niño y por lo tanto, lo predispone a que acepte un mundo fantástico. Pertenece a la competencia textual del lector reconocer el género literario de un texto, la función de algunos elementos lingüísticos y los parámetros extralingüísticos que han influido en determinadas opciones.

 

Tras esta primera observación, debemos reflexionar ahora sobre un segundo problema, tal vez más difícil que el primero, que está relacionado con el texto escrito: el significado de la “distancia” y consiguientemente, la función de la hermenéutica en el proceso de comunicación con un texto antiguo. Este asunto nos interesa particularmente, sobre todo teniendo en cuenta que los lectores reales de un texto tan antiguo como la Biblia difieren de vez en cuando y que hay una distancia bien marcada entre los lectores originales, para los cuales la obra fue escrita, y los de nuestra época, por poner un ejemplo. No se trata sólo de una distancia temporal o existencial, sino además de una distancia cultural. Ésta nos lleva a plantearnos la cuestión de cómo los lectores de hoy en día pueden establecer un proceso comunicativo con autores tan lejanos. Se trata de un punto clave al cual vale la pena dedicar algunas palabras, reflexionando especialmente sobre la figura del “lector”.

 

Autor, lector y estrategia del texto

 

A los elementos esenciales de un texto11pertenecen las categorías de autor y lector. Cuando se habla de autor y lector, generalmente se piensa en las personas de carne y hueso que escriben y leen una obra. En el caso del Evangelio de Marcos, por ejemplo, generalmente se piensa en la persona que, según la tradición, ha sido identificada con Juan Marcos, de Jerusalén, del que nos hablan, sobre todo los Hechos de los Apóstoles: hijo de una tal María (Hch 12,12), inicialmente discípulo de Bernabé y Pablo (Hch 12,25), posteriormente rechazado por Pablo, único compañero de Bernabé en la misión en Chipre (Hch 15,37-39), y finalmente compañero e intérprete de Pedro en Roma (1 Pe 5,13). Cuando se habla de la comunidad en la que vivió y escribió Marcos se piensa en los cristianos del siglo I. d.C., residentes en  Roma, centro del imperio.

 

Los estudiosos de la literatura distinguen, sin embargo, entre autores y lectores “empíricos” o “reales” y  autores y lectores “implícitos”12. Esta distinción es importante para la comprensión misma del proceso comunicativo que se establece en un texto. De hecho, el autor y el lector con los cuales entra en contacto un lector empírico que lee el texto, no son los “reales”, sino que son, ante todo, el autor y el lector que aparecen en el relato; son figuras “literarias” inscritas en el texto13.Del mismo modo, el supuesto lector del Evangelio, es decir, el destinatario al que está dirigido el relato es, en primer lugar, el lector imaginado por el autor. Cada autor, al escribir un texto, atribuye determinadas cualidades a sus lectores y las expresa bajo forma de lenguaje. Además, U. Eco, en su obra Lector in fabula, afirma que “el texto es un mecanismo parsimonioso ...” que vive del sobre-valor del sentido que recibe del destinatario14.
Esto equivale a decir que cada texto, cuando se lee en clave comunicativa tiene un gran potencial, pero es necesario que el lector colabore en su ejecución. De todos modos, el texto busca su lector, un lector que sea capaz de comprender ciertas referencias, indicios literarios, esquemas comunicativos, impulsos etc. Es en este sentido que U. Eco habla también de “lector modelo” delineando su figura de esta manera: “Para organizar la propia estrategia textual, un autor debe referirse a una serie de competencias ... que confieren contenido a las expresiones que usa. Debe asumir que el conjunto de competencias al cual se refiere sea el mismo al que se refiere el propio lector. Por tanto, deberá prever un Lector Modelo capaz de cooperar con la actualización del texto, como el autor pensaba, y de moverse interpretativamente tal como él se movió generativamente ... Por lo tanto, prever el propio Lector Modelo no significa solamente “esperar” que exista, sino mover el texto de tal manera que lo construya”15. De este modo, se podría decir que el autor de una obra prefigura, más aún construye, la propia estrategia narrativa, su “Lector Modelo”16, eligiéndolo como su interlocutor privilegiado, como aquel que comprende y ejecuta fielmente sus instrucciones. Un texto es mucho más que un artificio que tiende a este fin.

 

Desde esta óptica, decodificar un texto significa comprender la estrategia narrativa: el proceso, las técnicas, los indicios, los procedimientos ... de los que el autor se sirvió para construir su lector ideal. Algunas alusiones y elipses pueden responder a reglas estilísticas y de belleza estética, pero principalmente responden a la relación que el autor quiere establecer con el propio “Lector Modelo”. El lector modelo es el lector ideal, en el cual la intención del texto alcanza su realización

17. Cada obra prevé (y construye) su lector ideal, y de modo especial la Biblia que, en la  “respuesta modelo” del ser humano, ofrece un elemento constitutivo de la experiencia salvífica.

 

Texto bíblico, lector modelo y lectores empíricos

 

Hemos llegado, así, a la última pregunta: ¿cuál es el lector modelo que busca el texto bíblico? Más aún: ¿qué relación se establece entre él y los lectores reales? Para responder a dichas cuestiones es conveniente partir del concepto hebreo y bíblico de “verdad”, que no corresponde simplemente al concepto griego. En el contexto del griego clásico alētheia - con la letra a- privativa  y la raíz lanthano  (ocultar) - tiene el sentido de desvelar, abrir, poniendo énfasis en el revelarse de la realidad en su esencia y, por tanto, en el aspecto ontológico del ente. El término hebreo 'emet, en cambio, está en relación con la raíz 'aman, y destaca la estabilidad y la credibilidad. Su significado está muy cerca al de justicia, entendida como “rectitud”. En la LXX, de hecho, 'emet se traduce como pistis y dikaiosyne. En el binomio hesed we'emet (fidelidad y veracidad) (cf. Ex 34,6), los dos términos se iluminan recíprocamente, dejando entender que el término “verdad” en el lenguaje religioso hebreo, no tiene que ver simplemente con el aspecto lógico. La verdad es entendida más bien como una expresión del actuar. Tanto es así que en la Biblia hebrea, la verdad de Dios se identifica con su fidelidad a las promesas (Sal 31,6, Is 38,18-19).

 

Si aplicamos todo esto al campo hermenéutico, entonces queda claro que la verdad de un texto bíblico no se percibe plenamente cuando se traduce simplemente en esquemas “explicativos”, sino cuando en el texto se percibe su profundidad “experiencial” y se pasa al ámbito de la práctica. En otras palabras, la verdad no se define únicamente por el polo conceptual o “estético”, sino más bien por el “ético”, no sólo por la ortodoxia, sino también por la ortopraxis. La verdad de un mensaje bíblico descansa en la veracidad de la existencia. El proceso hermenéutico, debe poner en evidencia esta instancia pragmática de la palabra bíblica. Un método debe ser siempre proporcional al objeto; una interpretación correcta debe encontrar el punto privilegiado desde el cual la obra observa e interpreta la realidad. Ahora bien, por lo que se refiere al texto bíblico, este punto de vista no consiste en una pura dimensión conceptual; una correcta hermenéutica no puede encerrarse en el congelador de una pura teoría correcta, porque la Biblia no busca solo comprensión, sino obediencia.

 

 La función del lector modelo, a nivel literario, consistirá, por tanto, en encarnar tal “verdad” sedimentada en el texto ofreciendo, de este modo, al lector real una exigencia que debe traducirse en formas concretas de existencia. Ante una página bíblica, los lectores empíricos del siglo XXI entran en relación con la “verdad” del texto, poniéndose en comunicación con la figura del lector-modelo que encarna aquella “verdad”. En relación con él, que integra en sí las cualidades ideales de un lector, el lector empírico se ve obligado a una relación constante y verdadera, participando en las emociones provocadas por el texto, y sobre todo aprendiendo a acoger el sistema de valores contenidos en él. Los lectores de cada época - de diferentes culturas, clases sociales y sensibilidad ... están llamados constantemente a inter-actuar con este lector implícito delineado en el texto y a configurarse según aquellos modelos encarnados en él; no simplemente copiándolos, sino repensándolos y reformulándolos. Es absolutamente evidente que, de este modo, la verdad representada por el lector modelo no se agota en una sola actuación, sino que debe asumir modalidades diversas, dependiendo de las circunstancias: modalidades contenidas en la verdad del lector modelo representado en la estrategia textual. De esta manera, la exégesis bíblica recupera su dimensión hermenéutica y se convierte en fuente de vida para el actuar de cada uno y de toda la comunidad.

Massimo Grilli

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1El uso metafórico del término parece remontarse a Quintiliano. La atención al “tejido” del discurso se expresa también por medio de metáforas textiles, como tela.

2Por lo general, un texto consta de varias frases.

3 Van Dijk lo chiama “Makro-Sprechakt”: T.A. van Dijk, Textwissenschaft, München 1980, 212.

4 M.A.K. Halliday,  Spoken and Written Language, Victoria 1985 (Utilizo la tr. it. Lingua parlata e lingua scritta) 180.

5 Langue: Para Saussure es el sistema de signos de cualquier lengua: “El conjunto de huellas depositadas en cada cerebro.”

6Palabras es aquello que en la lengua depende de las variaciones actuantes de quien habla. “Acto de voluntad y de inteligencia.”

7 Término técnico derivado de Peirce, el cual, sin embargo, bajo “índices / signos indexicales”, comprendía aquellos  signos (como los pronombres demostrativos), cuya función era la de “indicar” a alguien.

8 Cf. C. Darwin, The Expression of the Emotion in Man and Animal, London 1872.

9 N.H. Frijda, Emozioni, Bologna 1990.

10 A. Fumagalli, Gesù crocifisso, 49.

11Según Chatman, eventos, personajes y ambientes constituyen la “historia”, el “qué” del relato, mientras que los elementos que determinan el “cómo” del relato constituyen el  “discurso”:  S. Chatman, Storia e discorso. La struttura narrativa nel romanzo e nel film, Milano 1982.

12 Los estudiosos de la literatura también distinguen entre “autor real”, “autor implícito” y “narrador”, por un lado, y “lector real”, “lector implícito” y “narratario” por otra: cf. S. Chatman, Storia e discorso, 155-159.

13No tomamos en consideración la figura del narrador  y  del narratario que, con razón, muchos estudiosos distinguen del autor y de los lectores implícitos. Es evidente  que en la novela de Marguerite Yourcenar, Le memorie di Adriano, la voz del emperador Adriano, que relata su historia, se distingue de la voz de autora, pero en el caso de un relato evangélico la distinción no es tan clara ya que la voz que relata no es sino la confiable voz del autor implícito, que tradicionalmente llamamos Marcos, Mateo, Lucas y Juan.

14 U. Eco, Lector in fabula, 66.

15 U. Eco, Lector in fabula, 54-56

16El concepto de “lector implícito” ha surgido sobre todo en los  años 70, en los  estudios de W. Iser, The Implied Reader. Patterns of Communication in Prose Fiction from Bunyan to Beckett, Baltimore 1974; The Act of Reading. A Theory of Aesthetic Response, 1978. U. Eco ha desarrollado la intuición insitiendo en el “lector modelo”.

17Cf. la descripción que hace  A. Fumagalli, Gesù crocifisso, 48-56.